Por: Harold
Carrillo Romero
Historiador
storico1012@gmail.com
Hace quizás poco
menos de 8 meses veía por internet un largometraje de la directora española
Icíar Bollaín llamado Y también la lluvia.
En el film, se presentaba la problemática del agua entre las grandes
empresas bolivianas y los indígenas que vivían en las zonas más deprimidas de
la ciudad de Cochabamba. No sé por qué razón cuando me decidí a escribir estas
notas, pensé de inmediato en aquella película. Esto lo digo porque quiero con
la analogía llamar la atención acerca de lo que está ocurriendo con los cuenta
chistes que se apostan en el centro de la ciudad.
El Uso Carruzo y el Mello han heredado, por decirlo de
alguna manera, el legado de legendarios cuenta chistes; El Cuchilla, El Zorro y
otros no menos importantes, a diario hacen literalmente llorar, pero de la
risa, a más de un transeúnte que se arrima a escuchar los chistes más
exagerados, sin sentido y por demás atrevidos. Haciendo uso de expresiones propias
y autóctonas del lenguaje popular de los cartageneros y porque no, de eso tan
abstracto que llamamos identidad
caribeña. Cuando me refiero a lenguaje popular, no solo lo reduzco a esas
palabras que a más de uno alarma, pero que dentro de sí despierta una pícara
risa. Sino a expresiones más elaboradas y que si lo pensamos bien, guardan un
poco de la cosmología popular de estos pueblos del Caribe.
Para nadie es un
secreto en esta ciudad, que los mencionados cuenta chistes hacen parte de las
prácticas sociales de un gran número de los cartageneros, muchos
independientemente de su estrato social, y sin temor a equivocarme, hemos
escuchado ya sea en vivo o por la web, incontables de estos chistes. Pero aún
así, leo noticias como las del 7 y 8 del corriente, en el periódico El
Universal, donde se publicó que en compañía de la policía, se les exigió a los
cuenta chistes desalojar su lugar de trabajo, ya que estos incurrían en invasión
al espacio público.
Esta noticia ha
desatado muchas polémicas en la opinión cartagenera, algunos apoyan la decisión
pues lo exacerbado de sus frases, son un delito en contra de la moral de los
habitantes de la ciudad, otros sin embargo, creen que estos cómicos personajes
deben seguir divirtiéndonos. No obstante, considero que la discusión, hasta
ahora, ha sido reduccionista y no ha ido más allá de lo que en el fondo se
presenta. Por un lado, la
problemática del espacio público lleva más de dos décadas en la ciudad. Por
otro, el desempleo, la pobreza y la economía de rebusque, cada día son más
crecientes y preocupantes. Por ejemplo, en 2006, Cartagena Como Vamos, arrojó una terrorífica cifra de pobreza,
increíblemente el 70% de la ciudad vive por debajo de la línea de la pobreza, y
peor aún, de ese 70%, el 40% vive con menos de Dos mil pesos diarios. De la
mano de la imparable pobreza, la violencia y la intolerancia ya nos han
acostumbrado a ser indiferentes ante estas situaciones.
Hoy, cuando ya
llevamos más de cinco años esperando ver andar el famoso Transcaribe, cuando a diario las páginas de la prensa muestran
asesinatos que no tendrían nada que envidiarle a una película de horror de
Hollywood. La administración de Campo Elías Teheran Dix, el Alcalde Mayor, le
declara la guerra a los vendedores ambulantes y entre ellos, a los cuenta
chistes. Al parecer, no hay campo para todos, no entiendo porqué creen que con
unos cuantos pesos pueden solucionar el problema de los vendedores y de
aquellos que invaden el espacio público. ¿No existe en esta ciudad acaso un
acompañamiento integral para que estas personas se dediquen a otros empleos,
sin que malgasten o tengan que volver a la calle? ¿Si darán lo suficiente como
para que un vendedor sea un microempresario exitoso?
Lo cierto es que
detrás de todo esto se esconde un secreto a voces, uno de ellos es que el
desalojo indiscriminado, deliberado e impune de los sectores populares del
centro de la ciudad. ¿Y esto por qué? Porque desde los años 50, esta ciudad se
imaginó y pensó como un paraíso turístico, y que peligrosamente se creyeron el
cuento. Es absurdo que en el marco del Hay
Festival, a pocos metros, el Uso, este diciendo que “el mundo si es jodio”
o que en medio del Festival de Música Clásica, el cieguito Diomedes haga sonar su violina y guacharaca. Es contradictorio que
la ciudad que se vende este invadida por la cultura popular y por las gentes
que no estaban en el guión.
Históricamente
estas situaciones se vienen presentando y lastimosamente se seguirán dando. Ya
nos quitaron el Mercado, El Barrio y por lo que veo también la risa.